Mirar al sol hasta convertirse en el sol.
La cera se entrega, se da, es creada para cambiar y amar a la luminiscencia; se forma para desarmarse.
Pensar y sentir son llamas en ascenso.

El fuego se origina en el interior, y es entonces cuando el oponente se vuelve frágil. El molde que delinea los contornos de la identidad de una mujer, cómo ser, cómo comportarse, de qué forma y tamaño; aquel rígido esquema cultural, de crueles normas y expectativas, no es en absoluto fuerte cuando está frente al fuego de la conciencia, cuando se enciende una mujer.
Así, despierta, en un proceso que se desenvuelve, redefine, y se transforma una y otra vez y en cada parpadeo de la llama, en cada giro de la cera moldea su existencia, y se experimenta una metamorfosis, donde la realidad se descuadra, y se convierte en poesía.
La conciencia, la luz interior, proyecta destellos que iluminan el sinuoso camino hacia el autoconocimiento. El fuego interno, se convierte en el arquitecto que moldea nuevas formas y en este proceso, la resistencia, se desvanece.
¿Cuántas veces nos podemos derretir?

“El fuego es la fuerza con la que me levanto”, dice Columba, “el deseo de ser deseada, el dolor de cambiar, la luz en la oscuridad, el calor en el frío, el sentirme viva ardiendo como una flor en una ciudad de cemento; derretirse cada vez que cambio de piel también puede significar aprender a estar en paz”.
Entonces pienso, que Columba, se va a derretir hasta convertirse en fuego, y transformada en una llama, desmantelará aquellas ideas que no nos sirven, así será luz, que iluminará más que su sendero, también el de aquellos que la circundan.